Lágrimas de un niño en Babilonia.
Nabu, dios del conocimiento lo vio,
se acercó y le pregunto amablemente.
¿Por qué tienes tanta tristeza pequeño?
El niño lo miró con algo de temor y gritó enojado:
¿Cuántos más deben morir por tierras sin valor?
¿Cuántos más deben sufrir por leyes sin justicia?
¿Acaso ya no existirán días felices al despertar?
El dios lo miro cálidamente, secó una a una sus lagrimas.
Escucha bien pequeño guerrero, nunca olvides tu inocencia,
no abandones tus leyes justas, ni tus luchas honorables.
Todos los horrores y demonios siempre nos atormentarán,
lo importante es mantener el foco apuntando hacia dentro,
la gran luz interior, por medio de la intuición, te salvará.
Olvida a todos los demás, si no puedes lidiar con tu dolor,
el problema eres tú, abrazaste al abismo de la oscuridad.
Afuera no hay nada para ti, nada es tuyo, ni te pertenecerá,
lo único que te concierne es la flama inagotable de tu ser.
El niño dejo el llanto de lado y esbozó una hermosa sonrisa,
se alejó feliz, sin saber que de a poco se convertía en hombre.
En las noches podemos observar,
unos pocos resplandores en el caos.
Buscamos las resonancias similares,
formar los sonidos únicos primordiales.
Esa canción primitiva y fundamental,
la atracción insoslayable al espiral,
sus fractales nos enamoran sin cesar,
es como foráneos se van a encontrar.
Entre fiestas y carnavales cósmicos,
viajes a lo profundo de los dioses.
Recuerda apretar el botón de encendido,
son los besos la llave para el despegue.
De boca en boca pasará como un rumor,
nuestro humo de la serpiente estelar,
acercándonos un poco más a los labios,
exaltaremos los kilohercios al Samadhi.
Viajamos como los satélites,
solo orbitamos y nos alejamos,
las leyes según espacio-tiempo.
Hay tantos periplos en mi piel,
buscan sincronizar los relojes,
fusionando galaxias perfectas.
Por eso recargo mis energías,
espada precisa para la batalla,
medito aguardando por la guerra.
Te veo aparecer entre la gente,
esa ciudad de tantas historias,
las luces en espiral al caminar.
Siguen apareciendo los maestros,
entregando faroles de descansos,
aligerando la marcha peregrina.
Trascender por la senda del amor,
utilizar el vehículo de los sentidos,
liberar los huracanes uniendo cuerpos,
seducir borracho de pasión los corazones,
unificarnos de vuelta al universo infinito.
Cuando logras calibrar el prisma,
es una gran lección integrada.
El desapego no es solo material,
hay que dejar el vuelo de los astros,
somos estrellas fugaces en el cosmos.
Sin dañarnos podemos aprender a vivir,
dentro de la plenitud augurada por Delfos.
Soy Hermes el mensajero, el tres veces grande,
devoré mis propias alas para dominar lo divino,
maestro de sueños y del tiempo, vagabundo astral.
Tengo mis formas para despertar almas en pena,
es como debo aguardar por la idea de perfección.
Yo que pensaba quemar los retazos de viejos relatos,
de los que juntan polvo solo para hacer toser de noche.
Y ahora otra vez sobre la rueda, pero esta era de 13,
mes de ajuste para el salto cuántico hacia el microcosmos,
como dijo el maestro "La trinidad: energía, frecuencia y vibración",
es lo fundamental, nuestra meta constante para la máxima realización.
Eres una maravilla perfecta,
la más bella del mundo presente.
Ejércitos han muerto por verte,
piratas se hundieron por buscarte,
astronautas vagaron en el espacio.
Yo que siempre fui un ebrio de amor,
en mi soledad renegaba del destino.
Solo habían problemas sin solución,
la esperanza y la fe se quebraron.
Los años fueron el mejor infierno,
no eran para expiar mis pecados,
la purificación actúa misteriosa,
necesario para detectar su presencia.
La encontré a pesar de que ya veía,
pero necesitaba calibrar los ojos,
curtir el cuerpo, duro y flexible,
mirar y escuchar al maestro interno.
Ahora todo es tan claro y sencillo,
el templo oscuro, brillante florecido,
llama a mi alma las puertas de entrada,
el código de acceso no se ha revelado,
paciente espera a la clave de sus ojos.
Me gustaría contemplar todos sus tesoros,
la profundidad de sus rincones tétricos,
pasadizos para abrir habitaciones ocultas,
el salón principal para adorar a la diosa.
Y si te digo que quiero morir en ti,
que te abalances de un salto veloz.
Despedazame, soy la montaña rocosa,
usa tus garras para rasgar sus piedras.
No habrá daño alguno en mi trinidad,
parte de la vía del amor a los Elíseos.
Esos ojos muestran sus deseos internos,
pero los guardas esperando el momento.
Nos hemos encontrado en tantos sueños,
será este acaso en el que convergemos,
unir esos mares tormentosos apasionados,
colisión de mareas crean energía serena.
Tanta paz sin siquiera tocar sus labios,
surcos que me embriagan de placer mental,
figuras meditativas me abstraen a su boca,
baile de lenguas llameantes se vaticinan.
Me gusta tanto existir en este presente,
fui siempre atrapado por pasados funestos,
desgarrando almas por futuros inciertos,
pero era tan simple la respuesta a todo,
entregarse consciente al espiral divino.
