En el techo del manicomio,
la luna me hablaba de mis amores,
recordaba todas esas canciones,
que hicieron de mi vida mil pasiones.
Encendia un cigarrillo,
las nubes me cobijaban,
el humo entraba en mis pulmones,
hacia argollas que consumia el viento.
Tomaba mi cruz,
era hermosa y azul,
recuerdos, mas recuerdos.
Y la señora de la noche me mostraba el camino,
su luz que me vitaliza en medio de la penumbra,
mi alma por fin descansaba de tanto correr y esconder.
Se consume el cigarrillo,
con su muerte el fin de una noche,
una mas especial que las otras,
donde en esas horas fui etereo,
y recorri mis años en un momento.
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